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Dios improbable

Tras el hallazgo empírico en el CERN de una nueva partícula, un bosón, casi seguro el postulado por Higgs dentro del marco del Modelo Estándar de la Física, puede disertarse sobre si ese nuevo asalto de la ciencia a la constitución de la materia hace todavía menos probable la existencia de Dios o deja el debate ateológico como estaba antes.

por Alfredo Fierro

«Probablemente Dios no existe»: así decía la publicidad agnóstica que circuló en autobuses urbanos de Londres y de algunas otras ciudades. Tras el hallazgo empírico en el CERN (Centro Europeo de Invetigación Nuclear) de una nueva partícula, un bosón, casi seguro el postulado por Higgs dentro del marco del Modelo Estándar de la Física, puede disertarse sobre si ese nuevo asalto de la ciencia a la constitución de la materia hace todavía menos probable la existencia de Dios o deja el debate ateológico como estaba antes.

 

Realmente la probabilidad de la existencia divina se halla tan por los suelos desde hace tiempo que es imposible que pueda caer más bajo; poco o nada cambia, pues. Portavoces eclesiásticos y religiosos han vuelto a repetir, como un mantra, que el hallazgo no modifica nada respecto a Dios, porque este, trascendente, como se le supone, al mundo empírico, se encuentra fuera del alcance de la investigación científica, y, por tanto, no se derrumba por descubrimiento científico alguno.

 

El hallazgo del bosón, sea el de Higgs o algún otro, tiene su especial punta ateísta por un equívoco un tanto chusco, casi una broma editorial. A un libro titulado The goddam particle (= la puñetera partícula) el editor le cambió el título en este otro: The God particle, “la partícula Dios”, que encima, en el uso más popular, se ha mudado en «la partícula de Dios». Estaba servida con eso la especial ?pero falsa? relevancia de esa partícula o bosón para la controversia sobre la existencia de Dios.

 

Es imposible ?en lógica estricta? la demostración de una inexistencia, sea la del monstruo del lago Ness, la de los devas hindués o de las ninfas griegas, la de Papá Noel o la del Dios bíblico y cristiano. Cuando en Occidente se habla de Dios, para el sí o para el no, se sobreentiende el de judaísmo y cristianismo. En realidad, sin embargo, este no es un Dios único, sino una familia de divinos. El Yahvé que le dice a Moisés «Soy el que soy» no es el mismo Elohim, un plural de dioses, de otros pasajes de la Biblia hebrea. Ha podido Pascal contraponer el Dios de Abrahán y de Jesucristo al de los filósofos; pero dio por sentado que el de Jesús era el mismo Dios de los ejércitos de la Biblia hebrea; y, por otro lado, sin atender a Pascal, los teólogos se sienten muy tocados cuando desde la ciencia se niega una divinidad abstracta que debería resultarles ajena.

 

El problema de la teología cristiana es que, de todos los dioses imaginados por los humanos, sea en la filosofía, sea en los panteones todos, egipcios, griegos o romanos, el más afectado por la ciencia es justo el Dios del evangelio, supuestamente único, amoroso, salvador. A ese Dios se le puede considerar no refutado, pero sí inverosímil, al menos desde Galileo. Cuando el planeta Tierra es apenas un corpúsculo en la periferia de la Vía Láctea y cuando esta es una más entre millones de galaxias, se hace inverosímil que aquí haya tenido lugar una revelación y salvación a cargo del Dios único. Este Dios precisamente se ha hecho mucho más improbable que cualquier otro. Más fácilmente pueden creerse y encajan en la ciencia las manifestaciones de los dioses de Ovidio enLas Metamorfosis que la epifanía del Dios judeocristiano en Jesús de Nazaret.

 

El propio Jesús como salvador de todos los humanos ?y no mero mesías del pueblo judío? se hace improbable al aparecer muchos milenios después que el Homo sapiens. No hay cristología capaz de explicar por qué el acontecimiento salvador de toda la humanidad solo se produce tan tarde y con tan escasa repercusión incluso en la historia posterior. No hay cristología tampoco que concrete si Jesús o el Dios padre salva también a los neandertales o a la especieHomo erectus. Y, sobre todo, aun más grave, no hay teología de salvación capaz de dar cuenta de cómo ese Dios, que supuestamente cuida de los pajarillos y de los lirios del campo, es tan descuidado con los niños extenuados en las hambrunas, con los muertos en los genocidios y las catástrofes de la naturaleza. Tal Dios, sin lugar a dudas, es más improbable que cualquiera de las diosas o dioses múltiples de los politeísmos.

 

El hallazgo empírico del bosón es un jalón más en la exclusión de cualquier ente o entelequia superior al cosmos o diferenciable de él. A estas alturas del desarrollo de las ciencias ?de la física y la biología a la paleontología? añade poco a la improbabilidad de Dios, patente desde Darwin. En cuanto al Dios de Jesús, desde las repetidas tragedias de campos de exterminio, de pandemias y tsunamis, solo queda la frase decimonónica, pero no caducada, valedera siempre: “Su única excusa es que no existe”.

 

Alfredo Fierro es autor de Después de Cristo publicado por Editorial Trotta

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