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Hacia un cristianismo globalizado

El proceso de globalización del cristianismo comenzó hace unos quinientos años, cuando los europeos, con los españoles y portugueses en papel de pioneros, «descubrieron» un Nuevo Mundo llevados por un afán a la vez misionero y comercial. Cuando el 20 de mayo de 1498 Vasco da Gama desembarcó en Calecute, un mercader árabe le preguntó qué demonios buscaban allí los cristianos europeos; a lo que el capitán portugués respondió: «Cristianos y especias». 

por Mariano Delgado

Cristianos y especias

El proceso de globalización del cristianismo comenzó hace unos quinientos años, cuando los europeos, con los españoles y portugueses en papel de pioneros, «descubrieron» un Nuevo Mundo llevados por un afán a la vez misionero y comercial. Cuando el 20 de mayo de 1498 Vasco da Gama desembarcó en Calecute, un mercader árabe le preguntó qué demonios buscaban allí los cristianos europeos; a lo que el capitán portugués respondió: «Cristianos y especias». En efecto, encontrar una ruta no controlada por los musulmanes para el comercio con las Indias, y entablar una alianza con el legendario Preste Juan, que según las informaciones de la época comandaba un reino cristiano a la espalda de los hijos de Alá, eran el doble motivo para emprender los viajes de descubrimiento.

Cristóbal Colón no llegó a las Indias auténticas, pero intentó vender el descubrimiento de «sus» Indias en 1492 con arreglo a las expectativas de las personas que habían financiado su empresa. En su primer informe nos habla de tierras en donde manan leche y miel, llenas de oro y especias así como de gentes inocentes e indefensas, que apenas ofrecen resistencia y que además no parecen tener ni religión, es decir, que podrían ser sometidas y evangelizadas con facilidad. Un buen anzuelo para poder financiar su segundo viaje.

 

La maquinaria colonial

Con ayuda de las bulas papales que concedieron el dominio del mundo descubierto y por descubrir a los reyes de España y Portugal, obligándoles también «por mandato de santa obediencia» a enviar «varones probos y temerosos de Dios, doctos, peritos y expertos» para evangelizar a los nuevos pueblos e inculcarles «buenas costumbres», la maquinaria colonial y misionera se puso, pues, en marcha. Los europeos descubrieron, conquistaron y «cristianizaron» el Nuevo Mundo, transportando allende los mares lo mejor y lo peor de si mismos, mostrando el rostro de Jano que tiene Europa: justificando la unión entre misión y colonialismo, pero también cuestionándola y haciéndose las preguntas claves, que se encuentran en el sermón de Antonio Montesino del 21 de diciembre de 1511 en Santo Domingo: «¿Con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios?[...] ¿Estos no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No estáis obligados a amarlos como a vosotros mismos?».

La teología no estaba preparada para el encuentro con otras religionesEn la era de los descubrimientos, la Iglesia no había proclamado aún con claridad el paradigma inclusivo que encontramos en textos del concilio Vatiano II como Lumen gentium 16 o Gaudium et spes 22, ni había dicho con Nostra aetate 2 que «no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero». Por el contrario, los misioneros llevaban en su bagage el exclusivismo eclesial, dogmatizado en 1442 por el concilio de Florencia y en 1547 por el concilio de Trento, según el cual la pertenencia a la Iglesia por el bautismo explícito era imprescindble para la salvación y las otras religiones son a lo sumo una «imitación diabólica» de la verdadera religión. También los protestantes tenían en su cabeza el axioma luterano de que fuera de Cristo «todas las religiones son idolatría». Hasta bien entrado el siglo XX la actividad misionera de la Iglesia ha dejado mucho que desear en el encuentro con otras religiones. Según el principio agustiniano de las dos fases de la Iglesia, se han extirpado los signos de otras religiones por la fuerza allí donde la persuasión no bastaba y las potencias coloniales cristianas cubrían las espaldas de los misioneros. La historia de la misión no consiste solo en el heroismo de estos, dispuestos a dejar su tierra, ir allende los mares, aprender otras lenguas y vivir con otros pueblos por amor a Cristo, sino también en el dolor causado por una evangelizacion colonial a veces agresiva, sin el debido respeto a los valores de otras religiones y culturas. Y sin embargo, no han faltado en todas las confesiones misioneros al estilo de Bartolomé de Las Casas que han seguido el camino de una evangelización pacífica y respetuosa de dichos valores, predicando el evangelio como un mensaje de libertad y una fuerza de liberación.

 

Cambio de perspectiva

Mientras que en el cuarto centenario del descubrimiento de América (1892) o con motivo de la Conferencia Misionera Mundial de Edimburgo (1910) los europeos, ya fueran católicos o protestantes, defendían todavía el espíritu misionero y el eurocentrismo del siglo XVI, en los últimos decenios se nota un cambio de perspectiva. Hemos aprendido a ver los hechos también desde la perspectiva del otro; hemos desarrollado una teología de la misión y de las religiones más acorde con los principios de diálogo y respeto; hemos dedicado una especial atención a la recepción y transformación de los cristianismos europeos por los mismos evangelizados así como a las relaciones transcontinentales entre los cristianismos del hemisferio sur.

Hoy somos más conscientes de que el cristianismo es una religión globalizada y de que debemos prestar a este fenómeno la atención académica adecuada. En un mundo global no podemos seguir estudiando la historia de la Iglesia desde una perspectiva eurocentrista o meramente confesional. Tenemos que dedicar especial atención a temas que serán de vital importancia en el siglo XXI: la inculturación del cristianismo en Asia, África y América Latina, el desarrollo de un espíritu ecuménico, la relación de los cristianos con otras religiones, la convivencia en sociedades plurirreligiosas, la construcción de un mundo más justo y solidario. Estos son los temas elegidos como hilo conductor en el libro Historia del cristianismo en sus fuentes. Asia, Africa, América Latina (1450-1990), que acaba de aparecer en Editorial Trotta.

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