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La alternativa entre «más» o «menos» Europa

Publicamos la segunda entrega del ensayo del filósofo Jürgen Habermas sobre la crisis política de la Unión Europea y los dilemas de la democracia actual.

por Jürgen Habermas

En la segunda parte de este texto quisiera mencionar los principales argumentos a favor y en contra de una conclusión derrotista. ¿Qué habla en contra de la viabilidad de un camino alternativo que conduciría a la creación de una democracia transnacional en el núcleo de una Unión Europea que se mueve a dos velocidades?

 

— Dejo a un lado el argumento normativo de que el modo de legitimación democrática no puede ser extendido más allá del alcance del Estado nacional. Esta objeción depende de una concepción excesivamente estrecha del autogobierno democrático, la cual he criticado en otro lugari. Prescindo también de la discusión de los problemas legales relativos a cómo lograr el encaje de una Europa nuclear en la armazón institucional de la Unión Europea existente. Una vez que la voluntad política existe, los expertos legales pueden fácilmente encontrar soluciones a estos problemas.

 

— De un peso distinto es el argumento empírico según el cual requeriría mucho tiempo armonizar economías con diferentes estructura, nivel de desarrollo y trasfondo cultural. Los ejemplos del sur de Italia y de la Alemania oriental son ilustrativos de que la inclusión y la asimilación son difíciles de conseguir incluso dentro de un Estado-nación. Lograr que culturas económicas distintas crezcan al unísono es sin duda un proyecto a largo plazo.

 

Aun concediendo la viabilidad constitucional y económica del proyecto, nos enfrentamos todavía al problema principal e inmediato de la resistencia de mayorías euroescépticas entre los electorados de casi todos los Estados miembros de la Unión Económica y Monetaria. Desde comienzos de la década de los años noventa, las encuestas apuntan a un rechazo creciente de la Unión Europea en general y a un incremento de los índices de abstención en las elecciones al Parlamento Europeo. Y más recientemente, la crisis financiera ha reforzado el euroescepticismo a lo largo y ancho de la Unión Europea; es más, ha generado un nuevo tipo de agresividad mutua entre las naciones europeas. Si tuviéramos que imaginar la celebración de referéndums que decidieran sobre la alternativa entre «más» o «menos» Europa, los dos asuntos más polarizadores y estrechamente vinculados serían la transferencia adicional de derechos de soberanía y la creación de una base tributaria para un gobierno económico europeo (con implicaciones para la redistribución). Incidiré sobre dos cuestiones: ¿Por qué deberían los partidos políticos proeuropeos tener interés en embarcarse en una arriesgada movilización política de los ciudadanos en torno a asuntos tan controvertidos? ¿Y qué razones hay para esperar que pudieran tener éxito?

 

a) Los partidos políticos son conscientes de que se los percibe como partes remotas del aparato estatal más que como portavoces de la sociedad civil. ¿Qué les podría llevar a invertir el procedimiento tecnocrático del proyecto elitista que está en marcha? El método Monnet, consistente en un incrementalismo diplomático, floreció durante décadas en un contexto particular, pero hay diversas razones para suponer que ese contexto ha cambiado:

 

— La clase política no puede por más tiempo mantener fuera de la agenda asuntos europeos clave. La segmentación familiar de la política europea a partir de las palestras nacionales ha sido ya socavada por las reacciones públicas al tipo posdemocrático de federalismo ejecutivo descrito por mí. Los parlamentos y las cortes nacionales están alarmados; y los medios de comunicación nacionales se han visto llevados, de forma creciente, a poner de manifiesto el impacto doméstico de los arreglos fiscales para «salvar» la credibilidad de los Estados y los bancos. Un incentivo añadido es la percepción de un llamativo aspecto de esta crisis: por primera vez el colapso del sistema financiero, que es al mismo tiempo el sector más desarrollado y el mayor beneficiario del capitalismo global, ha sido prevenido, o al menos retrasado, únicamente por las aportaciones involuntarias de los ciudadanos en su papel político de contribuyentes.

 

— La política a puerta cerrada se ha beneficiado hasta ahora de las tendencias a una mayor apatía políticaii ; pero la indiferencia con respecto a Europa era un fenómeno con una base más amplia, que incluía a las capas más acomodadas y mejor educadas de las clases medias, las cuales, por regla general, es menos probable que se abstengan del compromiso político. Pero, tan pronto como esas capas se sientan afectadas por políticas de austeridad impuestas o se vean cargadas con la expectativa de efectos redistributivos y lleguen a achacar sus aprehensiones a lo que sucede en Bruselas, entonces la carencia de una legitimación de salida estimulará, por el contrario, su interés en presionar a favor de una legitimación de entrada.

 

— Por último, hay síntomas de un cambio en la complicidad tácita entre tecnocracia y populismo y su reforzamiento recíproco. Aparte de revueltas autodestructivas y de alarmantes manifestaciones de cuadros de la extrema derecha bien organizados, se están abriendo nuevos canales de un difuso desasosiego. Hay una desproporción entre el tamaño y la sustancia de movimientos transnacionales como «Occupy Wall Street» o de protestas locales como «Stuttgart 21», por un lado, y la enorme resonancia que estos encuentran en los medios y su impacto en la relevancia estructural otorgada a determinados temas en la comunicación pública, por otro lado.

 

b) Asumamos que las élites políticas proeuropeas acaban dándose cuenta de que ya no funciona el declararse meramente de boquilla  partidarias de «más Europa». Una vez que decidieron organizar campañas sobre futuros alternativos de la Unión Europeaiii, ¿tendrán ocasión para dar la vuelta a la situación? A lo largo de décadas, las élites políticas en buena medida dejaron sin definir la finalidad de la unificación europea: las naciones implicadas afrontaron ese proyecto con una indiferencia más o menos benevolente; asegurar la paz en un continente salpicado de sangre era para ellas razón suficiente para la unificacióniv. Esto ofrece ahora a los partidos políticos la oportunidad de formular y especificar ese difuso asunto adoptando una perspectiva a largo plazo. A la larga, también las naciones acreedoras se benefician de un esquema redistributivo que lastra sus presupuestos a corto plazo. Más importante es trascender el enfoque estrechamente económico de la discusión actual y situar la alternativa en un contexto más amplio. A la vista de un proyecto complejo que toca tantos aspectos relevantes de la vida nacional, los pros y los contras solo pueden ser equilibrados razonablemente si se mantiene abierta la agenda. Las preferencias existentes pueden ser invertidas por la fuerza de argumentos mejores si los gestores de las agendas tienen en cuenta, entre otros aspectos, los puntos de vista siguientes:

 

Una historia compartida de conflictos y reconciliaciones como recurso para construir una cultura política común. Es cierto que las políticas de la memoria de los Estados nacionales operan en dos sentidos: son divisorias en la lectura nacionalista e integradoras en una lectura reflexiva. Pero enfocar la alternativa entre «más» o «menos» Europa requiere adoptar una perspectiva mutua que pudiera promover los esfuerzos de los medios de comunicación principales por vincular visiones nacionales y comparar unas con otras.

 

Los efectos sinérgicos de una Europa nuclear que permanece abierta a otros Estados miembros que quieran unirse a ella. A la vista de las previsiones de futuro, bien documentadas, que pronostican para este pequeño continente un decrecimiento proporcional de población, producción económica y peso político, las naciones europeas independientes perderán fuerza tanto para llevar a cabo sus propios modelos culturales y políticos como para ejercer influencia en la tarea de conformar una sociedad mundial que se halla desgarrada en lo político y estratificada en lo socio-económico y que se enfrenta a los retos no dominados del hambre y la pobreza, de las catástrofes ecológicas y los peligros planteados por una tecnología de gran escala.

 

El papel extraordinario de una votación democrática sobre la democracia. Un referéndum o una elección sobre la cuestión de la continuación o la detención de una ulterior integración europea es un procedimiento que convierte la democracia de fuente en tema de discusión, y ello en un doble sentido. Una votación semejante no solo facilitaría o impediría dar el paso siguiente hacia la elaboración de una constitución; ante todo implicaría un voto a favor o en contra de la atribución democrática de poder a las autoridades europeas, las cuales, de este modo, usarían ese poder para reequilibrar la relación entre política y mercados.

 

El ingreso en una política doméstica europea. A pesar de su compromiso común, los partidos proeuropeos todavía están divididos a lo largo de líneas de demarcación familiares. Mientras que de un lado se quiere asegurar el respaldo democrático para una consecución más efectiva del liberalismo de mercado, de otro lado se aspira a dotar a la Unión Europea de una autoridad supranacional que pudiera emplearse en la deseada regulación de los mercados, lo cual solo es posible, si es que lo es, a escala continental. Este debate tiene relevancia constitucional, porque la partición entre liberales y socialdemócratas por primera vez cortaría por el medio las líneas divisorias de las alianzas nacionales; abriría la puerta a una política doméstica europea y aportaría un estímulo para la formación de un sistema de partidos europeo.

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i Jürgen Habermas, La constitución de Europa, Trotta, Madrid, 2012, pp. 44-47.

ii Véase el argumento supply-side [por el lado de la «oferta»] en un trabajo reciente de Claus Offe («Participatory Inequality in the Austerity State»): «Los que no participan —o no lo hacen plenamente— en la vida política no llegan a hacerlo porque perciben que el Estado, los gobiernos y los partidos políticos carecen tanto de los medios necesarios como del propósito creíble de aportar algo distinto en asuntos (tales como empleo, igualdad, educación, mercado de trabajo, seguridad social, regulación del mercado financiero) que constituyen las preocupaciones nucleares de aquellos que no participan; estos no consiguen participar porque han llegado a comprender perfectamente bien esa carencia» (enero de 2012, p. 13).

iii Véase el llamamiento de Viviane Reding a una «visión que conduzca fuera de la crisis» (Frankfurter Allgemeine Zeitung, 9 de marzo de 2012).

iv Excepto para los alemanes, que, después del Holocausto, transitaron la senda conducente a una Europa unificada también con vistas a recuperar su respetabilidad internacional. Pero, desde la reunificación, el modelo de política exterior promovido por Genscher experimentó un cambio tan irreversible como inadvertido; véase U. Ross, Deutsche Außenpolitik, VS Verlag, Wiesbaden, 2010.

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