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El cuento de los seis cisnes en Grimm

Este otoño Editorial Trotta publica los Primeros escritos filosóficos de Simone Weil, hasta ahora inéditos en castellano. Coincidiendo con el 75 aniversario de la muerte de la filósofa, anticipamos aquí el más antiguo de estos textos, «El cuento de los seis cisnes en Grimm», compuesto para la clase de Alain en 1925.

 

 

 

Entre los pensamientos más bellos de Platón figuran aquellos que alumbró gracias a la meditación sobre los mitos. ¿No habrá también en nuestros mitos ideas que sacar de ellos? Elijamos uno casi al azar de entre los cuentos de los Grimm y tomémoslo como objeto, cuidando de decir, como Sócrates: diré como verdad todo lo que voy a decir.

Un rey tenía escondidos en el bosque a sus seis hijos y a su hija, temiendo por ellos a causa del odio de su madrastra, que era hechicera. Sin embargo, esta acabó encontrando a los seis hijos y, lanzando sobre ellos seis camisas de seda encantadas, los transformó en cisnes. Ignoraba la existencia de la hermana. Esta partió en busca de sus hermanos y los encontró justo en el momento en que, gracias al poder que tenían durante un cuarto de hora al día, habían recuperado su forma humana. Temerosa de unos ladrones, los dejó, no sin antes haber sabido por ellos cuál era su única oportunidad de salvación: recuperarían la forma humana cuando lanzara sobre ellos seis camisas de anémonas cosidas por ella misma en seis años; seis años durante los cuales no debería ni reír ni hablar. Se puso enseguida a coser. Pasó un rey que la encontró hermosa: a sus preguntas, ni una respuesta. Sin embargo, la tomó por esposa, y ella tuvo un hijo de él. La madre del rey hizo que lo raptaran y acusó a la reina de su muerte: ella siguió muda ante las acusaciones. Lo mismo ocurrió con el segundo hijo, y lo mismo con el tercero. Pase lo que pase a su alrededor, no hace otra cosa que coser en silencio. El rey, que a pesar de todo la ama, tiene que condenarla a muerte; el día en que van a quemarla en la hoguera es el mismo día en que se cumplen los seis años. Cuando van a prenderle fuego, aparecen seis cisnes blancos: ella lanza sobre ellos las seis camisas, y, liberados sus hermanos, ella puede al fin justificarse. Los hermanos se quedaron a vivir con su hermana y el rey, y el más pequeño tenía un ala en lugar del brazo porque faltaba una manga en su camisa de anémonas.

«Esto más que un cuento es un discurso», diría Platón. Hemos de pensar en esta mujer en el preciso momento de lanzar sobre los seis cisnes las seis camisas de anémonas. Sus hermanos podrán ser salvados por el mismo medio que los perdió; igual que fueron transformados sin que fuera culpa de ellos, recuperarán su forma primitiva por el mérito ajeno. Indudablemente, si hubieran sido encantados por una falta cometida por ellos, hubieran debido pasar también por la prueba que los llevara a liberarse; en el cuento, han recibido el mal desde fuera, y también desde fuera reciben el bien: podría decirse que todo esto no atañe más que a los cuerpos. Pero el cuento no sería igual si la prueba de la hermana hubiera sido, por ejemplo, buscar una planta mágica: pues les hubiera salvado la planta, no su hermana. Para salvar a los hermanos perdidos por unas camisas de seda, hacen falta camisas de anémonas: aunque estas tengan una virtud salvadora solo en apariencia. La salvación de los hermanos no está en ellas: para salvarlos, su hermana no debe reír ni hablar durante seis años. Aquí actúa la abstención pura. El amor del rey, las acusaciones de su madre, hacen la prueba aún más difícil; pero su verdadera virtud no está ahí. Es necesario que sea difícil: no se consigue nada sin esfuerzo; pero su virtud está en ella misma. La tarea de coser seis camisas no hace sino fijar su esfuerzo e impedirle actuar: pues le resulta imposible cualquier otro acto si debe llevar a cabo esa tarea, sin hablar ni reír. La no-acción posee, pues, una virtud. Esta idea coincide con lo más profundo del pensamiento oriental. Actuar nunca es difícil: siempre actuamos demasiado y nos desperdigamos sin cesar en actos desordenados. Hacer seis camisas con anémonas, y callarse: ese es nuestro único medio de adquirir poder. Aquí las anémonas no representan, como podría suponerse, la inocencia frente a la seda de las camisas encantadas; aunque, sin duda, quien se ocupa durante seis años en coser anémonas blancas no se distrae con nada; son flores perfectamente puras; pero sobre todo es casi imposible coser una camisa de anémonas, y esta dificultad impide cualquier otra acción que altere la pureza de este silencio de seis años. La única fuerza de este mundo es la pureza; todo lo que existe sin mezcla es un trozo de verdad. Nunca unas telas tornasoladas han valido lo que un bello diamante. Las arquitecturas sólidas son de piedra pura y simple, de madera pura y simple, sin artificio. Aun cuando no se hiciera otra cosa, solo como meditación, que seguir durante un minuto la aguja del segundero por la esfera del reloj, teniendo por objeto la aguja y nada más, no se habría perdido el tiempo. La única fuerza y la única virtud están en contenerse de actuar. Todo esto, que es verdadero para las almas, no lo es, en el cuento, para los cuerpos sino porque el mito consiste solo en esto: en poner en los cuerpos una verdad que es del alma. El no-actuar no manda sobre los cuerpos más que en ese mismo país donde, según Platón, jueces desnudos y muertos juzgan almas desnudas y muertas. El drama del cuento no sucede más que en el alma de la heroína: en ella, las camisas de seda; en ella, las camisas de anémonas; pero ¿no estamos advertidos por el carácter mágico de las camisas?, y lo mágico, ¿no es la expresión en nuestro cuerpo de lo que solo podrían ver, en lo más profundo de nuestra alma, los jueces desnudos y muertos de Platón?

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