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El libro de la hospitalidad

La poesía de Edmond Jabès es escritura de escrituras, memoria insoslayable de la cultura y la letra, es decir, revisión obligada de la historia, relectura eterna de la memoria y cuestionamiento perenne de la identidad, de la equivalencia o la univocidad. Por eso la poética de Jabès enarbola uno de los más extraordinarios cantos de la diferencia en la poesía occidental contemporánea. Atravesada por el judaísmo y la existencia de los campos de exterminio, esta obra jabesiana recoge un texto póstumo repleto de emoción, de compromiso y de belleza: El libro de la hospitalidad, recientemente publicado por Editorial Trotta y del que ofrecemos a continuación algunos fragmentos.

por Editorial Trotta

 

 

La espera en el umbral


Escribir, ahora, únicamente para dejar constancia de que un día dejé de existir; de que todo, encima y alrededor de mí, se volvió azul, inmensa extensión vacía para el vuelo del águila cuyas poderosas alas, con su batir, repiten hasta el infinito los gestos del adiós del mundo.

 

Sí, únicamente para confirmar que dejé de existir el día en que el ave rapaz ocupó solo el espacio de mi vida y del libro, para erigirse en dueño y señor, y devorar aquello que, una vez más, intentaba, en mí, nacer, y que yo trataba de expresar. 

 

El desierto como lugar y la hospitalidad como criterio

 

«El desierto es mi lugar ?decía?. Y ese lugar es un puñado de arena».

Y añadía: «Dobles, como las Tablas de la Ley, son mis palmas y diez, como mis dedos, los caminos de mi raza».

El interior de la piedra está escrito. Desde siempre y para siempre legible.

Variable espacio de la hospitalidad.

Duelo y, de repente, renacimiento.«Te bendigo, oh mi huésped, mi invitado ?dijo el santo rabino?, porque tu nombre es: Aquel que camina

El camino está en tu nombre.»

La hospitalidad es cruce de caminos». 

 

La hospitalidad de la lengua

 

¿Cambian las palabras cuando cambian de boca?

-¿A qué vienes a mi país?

-De entre todos los países, el tuyo es el que más me gusta.

-Que te guste mi patria no justifica tu presencia permanente entre nosotros.

-¿Qué me reprochas?

-Extranjero, tú, para mí, siempre serás un extranjero. Tu sitio está en tu país, no aquí.

-Tu país es el de mi lengua.

-Detrás de la lengua, hay un pueblo, una nación. ¿Cuál es tu nacionalidad?

-Hoy, la tuya.

-Un país es, antes que nada, una tierra.

-Esa tierra también está en mis palabras. Pero lo confieso, no es la mía.

-Por fin lo reconoces.

-En realidad, no tengo tierra. He hecho, del libro, mi lugar. Y tú lo sabes. 

 

Una llamada desesperada 

 

Esto es lo que soñé. Buscaba un folio. Me obsesionaba una frase y quería apuntarla. Escribía, aunque no tenía papel. Sufría por no escribir y escribía ese sufrimiento.

¿Acerca de qué escribía? No sabría decirlo. Escribía que no sabía acerca de qué escribía. Escribía incluso que no sabía si escribía.

«Crees que escribes -me dijo un visitante que me observaba, desde hacía algún tiempo, sin que yo me diese cuenta-. Tú ya has escrito todo, y todo lo has olvidado».

Sin duda, se trata de eso, pensaba yo. Escribo sobre el olvido o, más bien, escribo sobre el olvido y, a medida que lo escribo, olvido lo que escribo.

¿Quién leerá lo que no se puede leer? Leo para cada lector ingratamente frustrado. Leo para todos.

Y mi lectura es una llamada desesperada. 

 

 

La hospitalidad del libro

 

 

 

Recapitulemos. 

No tanto para vosotros como para mí mismo.

He apoyado, desde siempre, la pregunta y me he dejado llevar por el libro.

Me he enfrentado a la semejanza y he asumido la subversión.Me he dedicado a delimitar lo real y lo irreal; la ausencia y la presencia; la vida y la muerte, la palabra y el silencio.

He extendido el diálogo y he definido qué es compartir. He hecho balance.

De ti, me despido, pero viviré de tu lectura.

Inconmensurable es la hospitalidad del libro.

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