pestaña Editorial Trotta

EDITORIAL TROTTA

Su compra

0 artículos

(0,00 €)
ver compra


El mal en contexto secular

Es inevitable. Cada vez que tiembla destructivo un terremoto, arrasa un tsunami o, simplemente, ocurre una desgracia llamativa, saltan los comentarios: ¿dónde está Dios, qué hace, por qué calla o no lo impide? 

por Andrés Torres Queiruga

 

 

Es inevitable. Cada vez que tiembla destructivo un terremoto, arrasa un tsunami o, simplemente, ocurre una desgracia llamativa, saltan los comentarios: ¿dónde está Dios, qué hace, por qué calla o no lo impide? Lo proclaman como objeción los que no creen, y lo rumian o comentan desconcertados los creyentes. Por su parte, los teólogos no acaban de ser claros. Todo un Rahner acaba diciendo que ante el mal Dios no podría ser absuelto en un tribunal humano. Y el mismo papa preguntaba en Auschwitz: “¿Por qué, Señor, permaneciste callado?, ¿cómo pudiste tolerar todo esto?”. No se cuestionan a fondo estas preguntas, y mientras tanto el dilema de Epicuro sigue haciendo estragos: “O Dios quiere y no puede eliminar el mal; o puede y no quiere; o no puede ni quiere; y entonces…”

 

El nuevo libro que está a punto de aparecer y lleva por título Repensar el mal, —nacido de una dura preocupación religiosa y de una aguda incomodidad cultural— no se resigna y quiere enfrentar el desafío, restituyendo la coherencia de la fe y situando las objeciones en su correcta altura cultural. Porque el dilema nació en una cultura pre-secular, que no había descubierto la autonomía del mundo, de suerte que todos, paganos y cristianos, partían de un doble presupuesto: que Dios interfiere el funcionamiento del mundo y que es posible un mundo sin mal. En consecuencia, si hay mal es o porque Dios lo manda o no lo impide. Admitir eso y aún así creer en Dios era entonces posible, porque la general plausibilidad socio-cultural de lo religioso lo hacía asimilable. Pero ha dejado de serlo.

 

En la Modernidad, convertida en la «era crítica», el dilema se convirtió en la «roca del ateísmo». No es casualidad que, con radicalidad inaudita, ahora naciesen a un tiempo la teodicea y la antiteodicea. Pero, manteniendo el doble presupuesto, una y otra  nacen heridas por una profunda contradicción. La religión pierde la racionalidad de la fe en un Dios bueno y omnipotente: ¿quién sería amigo de alguien que pudiendo acabar sin esfuerzo con el cáncer o el hambre de mundo no quisiera hacerlo? A su vez, el ateísmo por causa del mal pierde la racionalidad de la cultura: ¿quién puede pensar hoy que el terremoto o el hambre son mandados por Dios y no proceden de las fallas tectónicas o la explotación humana?

 

Tomando en serio la autonomía del mundo, el libro obliga a ser consecuentes con la cultura secular: igual que con todo gran problema, también con el mal se impone empezar “desde abajo”, estudiando el funcionamiento autónomo del mundo y desde él examinar críticamente esos presupuestos. Entonces aparecen insostenibles: en última instancia, la finitud hace inevitable la aparición de carencias, choques, disfunciones, sufrimientos, culpas y crímenes: del mal. El mito imaginó paraísos. El pensamiento demuestra  que son imposibles. El mal es inevitable y un mundo-sin-mal —cualquier mundo— resulta tan imposible como un círculo-cuadrado.

 

Lo importante es que se trata de un resultado estrictamente filosófico, etsi Deus non daretur. Pues, por fin, el dilema se rompe: tiene tan nulo sentido como preguntar si Dios no puede o no quiere hacer círculos-cuadrados o hierros-de-madera. Queda la pregunta auténtica: ¿tiene entonces sentido un mundo inevitablemente herido por el mal? y ¿cómo configurar en él la propia vida?

 

Así pues: querámoslo o no, con independencia y previo a toda actitud religiosa o irreligiosa, tomamos postura ante el mal. Es decir, adoptamos una respuesta propia frente a un desafío común: tan respuesta es la náusea sartriana como la fe del creyente o el no-sé del agnóstico. Toda respuesta, no sólo la religiosa, debe «justificar» su pretensión de validez.

 

Kant anunció el «fracaso de toda teodicea» y muchos teólogos la juzgan imposible o incluso blasfema. La obra que aquí presento sostiene que eso vale únicamente para un planteamiento pre-crítico, incluido el de Kant, y afirma la posibilidad de una teodicea crítica y coherente, capaz de «repensar el mal» respondiendo a las exigencias de nuestra cultura secular.

 

Claro que eso pide elaborar nuevas categorías y reestructurar el problema, que ahora —por primera vez en su historia— avanza en tres pasos distintos: 1) La ponerología (griego: ponerós, malo) muestra que la finitud, siendo constitutivamente carencial y contradictoria, hace inevitable la aparición del mal: un mundo-finito-perfecto sería un círculo-cuadrado. 2) La pisteodicea (pistis, fe), desde este resultado, señala que toda visión del mal es una respuesta, una «fe» que debe justificarse. 3) La teodicea es entonces la «pisteodicea» cristiana, que ahora puede romper el dilema, lograr la coherencia y presentar a Dios como el Anti-mal.

 

Nace así una nueva teodicea que distingue entre una «vía corta» (que rescata el fondo verdadero de la visión antigua, apoyada en la confianza) y una «vía larga» (con los tres pasos señalados). En su desarrollo insiste en la «lógica del a-pesar-de» frente a cualquier finalismo del mal; responde a dificultades como «demasiado mal» o la posibilidad de salvación escatológica; finalmente, actualiza la comprensión de temas tan vivos como el pecado original, la providencia, el milagro, la oración de petición, el holocausto y el infierno.

Utilizamos cookies propias y de terceros para mejorar nuestros servicios y facilitar la navegación. Si continúa navegando consideramos que acepta su uso.

aceptar más información