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El oficio de poeta

Hay una misteriosa relación entre poesía y verdad. Los poetas resultan ser a la vez los seres más inocentes y los más sabios. En su ingenua contemplación de la realidad son capaces de captar eso que “al ocultarse precisamente se desvela”, de que habló Heidegger, el filósofo que hizo tanta filosofía desde los versos. 

por Antonio Pau

 

 

 

Hay una misteriosa relación entre poesía y verdad. Los poetas resultan ser a la vez los seres más inocentes y los más sabios. En su ingenua contemplación de la realidad son capaces de captar eso que “al ocultarse precisamente se desvela”, de que habló Heidegger, el filósofo que hizo tanta filosofía desde los versos. “Lo que permanece lo fundan los poetas”, escribió Hölderlin, el poeta preferido del filósofo alemán. Olegario González de Cardedal, en un libro que publicó Trotta hace unos años (Cuatro poetas desde la otra ladera, 1996), hizo cuatro calas de verdad en la obra de cuatro poetas de siglos y latitudes distintas.

 

Poesía y verdad. Si decir la verdad es, según Gracián, un “sangrarse el coraçón”, ¿acaso decir la palabra poética no es también un “sangrarse el coraçón”?  ¿Y qué oficio es ese de exprimirse el corazón para mostrar las gotas que rezuma la sangría? Quizá sea esa la pregunta con la que se abordan las vidas de los poetas y la que mueve a escribir sus biografías.

 

A lo largo de la Vida de Rainer Maria Rilke. La belleza y el espanto (Trotta, 2007) se va descubriendo a un poeta que escuchaba a las cosas. Por eso necesitaba silencio. El silencio solemne de los castillos —que es más silencio que el de cualquier otro recinto habitable—, y en ese silencio, absoluta soledad. El poeta estaba deseando que sus anfitrionas se fueran y le dejaran solo. Hay un verso que es quizá el más autobiográfico de la inmensa obra de Rilke: “Me gusta tanto cómo cantan las cosas” (Die Dinge singen hör ich so gern!). Traducir es una tarea sutil. Tuve muchas dudas de si reproducir el signo de admiración que está en el original alemán. Si en español se pudiera escribir sólo uno, lo habría puesto. Dos son demasiados. Es un verso que el poeta se susurra a sí mismo.

 

Hölderlin. El rayo envuelto en canción (Trotta, 2008) trata de entender la tortura de un hombre que lleva impresa la imagen de la belleza más pura en un mundo que era —precisamente con él— extremadamente cruel. Tanto, que es difícil imaginar mayor crueldad. Y en esa situación, hace el esfuerzo —que Rilke vio con perspicacia— de expresar “lo sublime / sin ansia”. Se sometió lo mejor que pudo a la métrica griega, en un idioma tan lejano como el alemán, para encauzar serenamente esa lucha entre belleza y crueldad en la que él era el campo de batalla.

 

A Novalis (Trotta, 2010) se le quiere. Es difícil imaginar mayor delicadeza. Tuvo que morir con veintiocho años para que su rastro fuera tan delicado como él mismo. Es el más moderno de los tres. El más contemporáneo nuestro. Sus versos libres, sus versos de dos o tres palabras, tienen la hondura de un remanso de agua transparente.

 

¿Y esta Hilde minúscula, nerviosa, que vivió con alegría y con humor el exilio, que hizo versos de una ligereza meridional en la severa lengua alemana y que escribió bellísimos poemas españoles? Creo que todos ellos están en Hilde Domin en la poesía española (Trotta, 2010). Sentiría que hubiera quedado alguno escondido en aquellas revistas poéticas de los años cincuenta, aunque, por otro lado, sería estupendo que lo hubiera.

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