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Hablemos de dragones

Vivimos en un mundo que se hace más pequeño a cada instante. La llamada “globalización” se traduce, para el ciudadano corriente, en que las figuritas del Belén navideño que pone en su casa de Madrid, o de Albacete, o de La Coruña, se han manufacturado en China, y que el libro que lee, de una editorial norteamericana, se ha ilustrado en Italia, maquetado en Canadá e impreso en Singapur.

por Miguel Rivera Dorado

 

Vivimos en un mundo que se hace más pequeño a cada instante. La llamada “globalización” se traduce, para el ciudadano corriente, en que las figuritas del Belén navideño que pone en su casa de Madrid, o de Albacete, o de La Coruña, se han manufacturado en China, y que el libro que lee, de una editorial norteamericana, se ha ilustrado en Italia, maquetado en Canadá e impreso en Singapur. Leyendo las etiquetas de una famosa tienda de ropa juvenil me lleno de asombro, porque cada prenda ha sido cosida en Turquía, en Marruecos, en Vietnam o en lugares todavía más exóticos. Con mi móvil, que es poco mayor que una caja de cerillas, hablo sin esfuerzo con mi amigo mexicano, y en el ordenador recibo correos electrónicos que un minuto antes alguien ha escrito en Australia. Y, por supuesto, el televisor me trae en el acto lo que sucede a miles de kilómetros. Todo ello nos sumerge en una sopa cultural en la que hay elementos de todas partes funcionando a trompicones para adaptarse a circunstancias insólitas para las estructuras sociales originarias. Los límites se difuminan, las fronteras se transgreden, la amalgama adquiere formas nuevas e imprevistas.

 

No es un fenómeno estrictamente contemporáneo. En la Antigüedad pasaban cosas parecidas, menos rápidas, menos generales, más esporádicas tal vez, pero pasaban, constantemente.  Los antropólogos estudian como procesos esas situaciones, y hablan de difusión, contacto cultural, integración, rechazo, aculturación, asimilación, y otros mecanismos. Pero a mí lo que me ha fascinado siempre no es el dinamismo de las culturas, su movilidad espacial, el cambio irrefrenable, las influencias que van y que vienen recorriendo en ocasiones enormes distancias, sino el hecho de que los seres humanos recurran a las mismas ideas, y a semejantes realizaciones, para solventar problemas parecidos, aunque a veces no tan parecidos. Y dado que existen, y existieron, asuntos comunes a toda la humanidad, la necesidad del alimento, del albergue, del sexo, el miedo a la muerte, a la soledad, al sufrimiento, la competencia por lo que se supone son irrenunciables bienes, y que la unidad biológica y psíquica de nuestra especie no favorece infinitas alternativas a la conducta de las gentes, lo que el analista aprecia es la coincidencia de ciertas costumbres, creencias, comportamientos, rasgos materiales, en muchos lugares de la tierra. Cuando están lo suficientemente extendidos se suelen llamar “universales de la cultura”; pues bien, para sorpresa de los expertos en tales universales, uno de los más llamativos es el dragón.

 

¿Qué tiene el concepto y el icono del dragón para que esté presente en los cuatro rumbos de la brújula, en todos los tiempos e innumerables lugares? ¿Resuelve acaso alguno de esos problemas sustanciales a los que se enfrenta la especie humana? Eso es lo que me propuse averiguar luego de comprobar su presencia entre los mayas prehispánicos, civilización a cuyo estudio he dedicado casi toda mi vida académica. Seguramente el objetivo era demasiado ambicioso, o la cuestión demasiado espinosa y complicada, pero ha valido la pena reflexionar sobre una imagen tan extraña y fascinante; ahora, trescientas páginas después, creo que entiendo mejor el uso que hicieron de ella los antiguos mayas, y también otros pueblos asiáticos o africanos. El dragón es la expresión de lo que no es posible expresar, y ¿quién no ha dicho alguna vez “no tengo palabras”? El dragón está fuera de la dimensión en la que habitualmente nos movemos, pertenece naturalmente al mundo de lo trascendente, aunque es físico y se puede percibir y describir. Es un símbolo de tanta importancia que la Historia del hombre no habría sido la misma sin él, un hallazgo sensacional, diríamos hoy. De ahí que existan tantos adeptos, que veamos dragones en cualquier área de actividad moderna, en la publicidad, en la religión, en el deporte. Modestamente, espero haber aportado con Dragones y dioses un poquito más de luz a un tema inabarcable, absolutamente cardinal en el afán de comprensión de nuestra vida y de nuestro destino.

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