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EDITORIAL TROTTA

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La cábala en español

Reproducimos aquí las palabras que Mariano Gómez Aranda, investigador científico del CSIC, pronunció durante la presentación de Puerta del cielo el pasado mes de octubre en el Centro Sefarad-Israel de Madrid. Puerta del cielo, de Abraham Cohen de Herrera, es un intento original de llevar al extremo las pretensiones renacentistas de conciliación entre filosofía y cábala.

En estos tiempos de encuestas en los que vivimos, si preguntáramos a los españoles cuántos nombres de místicos conocen, seguramente los místicos cristianos Teresa de Jesús y Juan de la Cruz (y quizá en este orden) estarían entre los más citados. No creo que muchos de los encuestados citaran al místico musulmán Ibn Arabi y muy pocos seguramente mencionarían el nombre de Cohen de Herrera. Pues bien, debemos felicitarnos de que Miquel Beltrán, con la edición de este libro, haya contribuido a que, además de los místicos cristianos, también sean conocidos los místicos judíos como Abraham Cohen de Herrera y otros como Isaac Luria, Moisés Cordovero o Abraham Abulafia. 


Sería de interés para el lector exponer aquí algunas de las ideas que se recogen en este libro y que sirven para situar el contexto y las circunstancias en que se escribió Puerta del cielo. Tal como nos señala Miquel Beltrán en la magnífica introducción que precede a la edición del propio texto de Puerta del cielo, Abraham Cohen de Herrera compuso entre 1620 y 1632 en Ámsterdam los dos únicos tratados de cábala judía escritos en castellano que han llegado hasta nosotros: Casa de la divinidad y Puerta del cielo. ¿Por qué en Ámsterdam y por qué en castellano? Hay que tener en cuenta que los Países Bajos, en la primera mitad del siglo XVI, forman parte de la monarquía española y que en ciudades como Ámsterdam o también en Amberes se hablaba español y se publicaba en español. Además, una gran parte de las comunidades judías de estas ciudades estaba formada por descendientes de conversos españoles que volvieron al judaísmo y se asentaron en ellas. Muchos de estos judíos siguieron escribiendo en español y crearon una magnífica literatura, poco conocida en nuestro país, que trataba de imitar el estilo de los grandes literatos españoles como Góngora, Calderón de la Barca o Quevedo. Pues bien, la publicación de Puerta del cielo en Ámsterdam y en español se enmarca dentro de esta corriente de la literatura judía en lengua española que se publicó en los Países Bajos.

 

¿Por qué escribió Abraham Cohen de Herrera esta obra y qué pretendía conseguir con ella? Ante todo, Puerta del cielo es una obra de sincretismo, de síntesis entre filosofía, misticismo judío y tradición judía. Herrera lo que busca es hacer compatibles las teorías filosóficas, sobre todo del humanismo renacentista y del neoplatonismo, con los principios de la cábala judía y, además, con la más antigua tradición judía. La filosofía griega, así como la ciencia griega, siempre fascinó a los pensadores tanto cristianos como musulmanes y judíos desde tiempos muy antiguos. Las ideas de Platón y Aristóteles, como las de otros muchos filósofos griegos, estaban dotadas de una lógica y una coherencia a las que era difícil resistirse. Además, para los filósofos judíos muchas de las ideas de los griegos eran perfectamente compatibles con las que aparecían en la Biblia y en las tradiciones orales del judaísmo. No era raro que llegaran a la conclusión de que fueron los griegos quienes se inspiraron en los judíos (y no al revés) para elaborar sus complejos sistemas filosóficos. Un gran humanista judío como fue Yohanán Alemanno sostenía que Platón creyó en una doctrina muy parecida a la de las sefirot. Isaac Abravanel y su hijo León Hebreo también pensaban que Platón podría haber estudiado en Egipto la antigua sabiduría judía de la que procede la cábala. En su comentario a Jeremías 1,6 Isaac Abravanel llega a citar un testimonio de los sabios griegos, según el cual Platón se comunicó con el profeta Jeremías en Egipto.


Todos estos testimonios responden a la necesidad de los pensadores judíos de justificar que la verdad revelada por Dios y transmitida en la Biblia y la tradición judía, por un lado, y el racionalismo inherente a los sistemas filosóficos griegos, por otro, tenían necesariamente que provenir de una misma fuente.


Este pensamiento también lo vamos a encontrar en el propio Herrera, quien consideraba a Orfeo, Pitágoras o Platón herederos de Noé, Set o Abraham. Por lo tanto, la unión entre filosofía y mística judía parecía la de un matrimonio anunciado. Neoplatonismo y misticismo juntan sus manos en Puerta del cielo y así el Uno de los filósofos neoplatónicos es el En Sof, el Infinito, de los místicos judíos. Las emanaciones del neoplatonismo vienen a coincidir con las sefirot de los cabalistas, manifestaciones unas y otras de los atributos divinos.


Mariano Gómez Aranda durante la presentaciónPero, como he dicho anteriormente, Herrera también quiere integrar las ideas filosóficas y místicas dentro de la tradición judía y hacerla compatible con los fundamentos básicos de la religión judía. Así, en el Libro primero, Herrera intenta describir la Causa Primera, el En Sof o Infinito, a pesar de la imposibilidad de conocerlo. Y nos dice que este En Sof o Infinito se comunica con las criaturas, llega hasta el mundo inferior a través de muchos grados o escalones como si se tratara de una escalera, de una escalera de luz (entendida como lo que ilumina, lo que permite ver, lo que permite entender). Y si existe por lo tanto una escalera que comunica el Infinito con el mundo inferior, quiere decir que el ser humano puede ascender por esa escalera para llegar a ese En Sof, que es el objetivo de todo místico. ¿Cómo? Aquí es donde Herrera demuestra su fidelidad a la tradición judía y responde algo que a cualquier rabino le hubiera encantado oír: «mediante la observancia e inteligencia de la Ley divina». Es decir, el cumplimiento de la Ley divina y su inteligencia, su comprensión, es lo que facilita el camino de ascenso. Herrera no es un rupturista, todo lo contrario. Lo que está manifestando es un compromiso con la tradición judía y con lo más sagrado del judaísmo, que es el cumplimiento de la Ley. Este En Sof, Infinito incognoscible, para Herrera, lejos de ser un concepto metafísico, es también el Dios de Israel, es ese Dios del que hablan los profetas, un Dios que ejerce su providencia divina, que ayuda al pueblo de Israel. ¿Y cómo es posible que mediante la observancia y entendimiento de la Ley divina podamos llegar a él? Porque, como dice Herrera, la Ley divina «expresa la imagen de lo supremo», está hecha a imagen de lo supremo. Mediante escalones, grados o etapas podemos ascender hasta llegar a la suma perfección.


¿A quién se está dirigiendo Herrera con esta postura de sincretismo entre filosofía, misticismo y tradición judía? Como muy bien destaca Miquel Beltrán en su introducción, Herrera está hablando para la comunidad judía de Ámsterdam, una comunidad que muy probablemente estaba dividida entre racionalistas y tradicionalistas, entre quienes buscan explicarlo absolutamente todo con la razón, y lo que queda fuera de la razón no interesa, y quienes, por el contrario, quieren mantenerse alejados de cualquier tipo de racionalismo y permanecer fieles a la tradición judía. Una división que ocurrió mucho en las comunidades judías sefardíes en época medieval. Pues bien, Herrera se sitúa en el punto intermedio, busca la vía media, alejada de extremismos, en contra del racionalismo deísta y en contra de la intransigencia ortodoxa. 


Con su postura racionalista, de explicar la cábala basándose en conceptos e ideas filosóficas, Herrera estaba logrando (aunque él no fue el primero que lo hizo) solucionar un conflicto que se remonta a los orígenes del pensamiento místico judío. Tal como ha demostrado el gran profesor Moshe Idel en varias de sus publicaciones (y creo que no le falta razón), la cábala en la España medieval había surgido como reacción contra el pensamiento filosófico y en defensa de la tradición judía. Filosofía y misticismo parecían condenados a un conflicto eterno. Pues bien, Herrera, al integrar el racionalismo filosófico dentro del misticismo judío, ofrece en Puerta del cielo una solución a dicho conflicto. Pero Herrera no es el único que buscó esa vía media, grandes pensadores representativos del humanismo renacentista le precedieron en ese empeño. Detrás de Puerta del cielo podemos rastrear una gran parte del pensamiento humanista del Renacimiento. Aquí podemos encontrar las huellas de los grandes filósofos humanistas cristianos como Marsilio Ficino o Pico della Mirandola. Pero también nos encontramos con los grandes nombres de la mística judía, como Abraham Abulafia, Moisés Cordovero o el gran Isaac Luria.


Abraham Cohen de Herrera es desde luego un filósofo, un racionalista que busca convencer con sus argumentos, que crea un discurso (nada fácil de leer, por cierto, todo hay que decirlo) que fluye como un río, en el que nos pasa de un tema a otro con una lógica inapelable. Pero Herrera es también un hombre sensible, que nos muestra sus sentimientos, sus deseos, sus anhelos, su cansancio, incluso. En un fragmento de otra de sus obras cabalísticas, Casa de la divinidad, que se cita muy oportunamente en la introducción, Herrera muestra lo que sentía para tener que recurrir a los argumentos filosóficos y racionalistas en el proceso de su experiencia de contemplación mística. Allí cuenta que se siente como esas aves veloces que, cansadas de volar por altos cielos, quieren bajar a la tierra y descansar plácidamente en un bosque o en un prado para recuperar aliento. Así dice que se siente él, que agotado de tantas contemplaciones místicas y tanta teología, quiere descender «a los humildes discursos de la razón filosófica y humana» para recrearse en ellos y adquirir fuerzas para emprender de nuevo el vuelo. Magnífica metáfora que refleja un profundo sentimiento.


Deseo que se pueda seguir publicando libros como este, que, en los momentos de convulsión y confusión en que vivimos, animan a la reflexión tranquila, serena, pausada, sobre temas que siempre han preocupado al ser humano: Dios, el más allá, el entendimiento, la razón, la tradición, las raíces culturales, la propia identidad que todos llevamos.

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