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La capacidad de imaginar que otra sociedad es posible

Los acontecimientos que se vienen produciendo desde hace unos meses en varios países del norte de África, parecen haber sido el resultado del contagio de un deseo de democratización de sociedades gobernadas por «líderes» que más que satisfacer las necesidades de sus ciudadanos se dedicaban a mantenerse en el poder para poder continuar ejerciendo una dominación tiránica.

por Benjamín Tejerina

Los acontecimientos que se vienen produciendo desde hace unos meses en varios países del norte de África, parecen haber sido el resultado del contagio de un deseo de democratización de sociedades gobernadas por «líderes» que más que satisfacer las necesidades de sus ciudadanos se dedicaban a mantenerse en el poder para poder continuar ejerciendo una dominación tiránica. La rápida caída de los gobiernos en Túnez y Egipto, se ha visto ensombrecida por los baños de sangre desencadenados en Libia, Yemen o Bahréin.

 

En estos casos y en otros donde se han producido movilizaciones, pero de cuyo alcance no disponemos de información suficiente para realizar un balance (Palestina, Siria, Arabia Saudí), así como en aquellos países en los que se han adoptado medidas económicas y reformas políticas para contener la protesta, el desencadenante ha sido una sociedad civil cansada de ver cómo las promesas de bienestar y desarrollo se veían postergadas indefinidamente.

 

La sensación, aunque placentera por las transformaciones, es ciertamente compleja. Pues si, por un lado, se están produciendo cambios necesarios, por otro, parecen estar produciéndose de manera improvisada y poco consensuada con sus impulsores. Una vez más se pone de manifiesto la necesidad de recurrir a la sociedad civil más organizada, a las asociaciones y organizaciones sociales y políticas para encaminar los deseos de cambio. Porque de deseos de cambio se trata, así como de cansancio y hastío frente a las promesas incumplidas. Es probable que un cierto grado de frustración, mezclado con una dosis de desencanto, frente a la promesa de un futuro mejor pero cuya consecución se alejaba cada día más en un futuro lleno de incertidumbre, haya posibilitado la expresión repentina en forma de acción de protesta de esas ansias de justicia social reprimidas.

 

Por lo que hemos podido ver y escuchar, la solidaridad con aquellos que eran objeto de una represión orientada a silenciar sus voces y reivindicaciones, ha movilizado a numerosos sectores sociales que en otra situación se habrían mantenido al margen. Este encuentro con unas autoridades injustas, que utilizan, además, métodos coactivos considerados ilegítimos, ha servido de impulso para una participación amplia y plural en las protestas.

 

Como han señalado numerosos analistas, la generación joven está jugado un papel importante en estas movilizaciones, quizás por ser quienes habiendo tenido acceso a niveles educativos y de formación superiores al de generaciones precedentes, veían peligrar una posible trayectoria de mejora y ascenso social. Mejora que en muchos casos sólo es/era pensable emprendiendo el camino de la migración.

 

Esta mezcla de reivindicaciones de mayor igualdad social en sociedades fuertemente segmentadas económicamente, y de democratización de instituciones con serios déficits de modernización política, alimentan las movilizaciones de estos países, y esperemos que su ejemplo se propague a otras latitudes. Pero nada de esto se habría producido sin la capacidad de imaginar que otra sociedad es posible, y que depende de todos que se haga realidad.

 

La historia reciente de los movimientos sociales en España y su impacto en el cambio cultural así lo atestiguan. Las reivindicaciones de las asociaciones de barrios degradados por un crecimiento urbano rápido, especulativo y descuidado que emergen en los años 70 del siglo pasado; las movilizaciones antinucleares frente a la imposición política de este tipo de instalaciones sin respetar siquiera, en muchos casos, la legislación vigente en el tardofranquismo; las demandas de equidad de género y acceso a la planificación de la reproducción, a la plena autonomía individual alimentaban las movilizaciones del feminismo. Todas estas reivindicaciones se vieron atravesadas por peticiones sectoriales y por reclamaciones de mayor democratización del sistema político.

 

Con posterioridad, otros movimientos sociales se encargaron de alimentar este deseo de modernización social y política: ecologistas, pacifistas, antimilitaristas. Sin olvidarnos de la presión que fuertes movimientos nacionalistas existentes en diferentes partes de España ejercían sobre el centro para alcanzar una mayor autonomía, y la persistencia de grupos que continuaban utilizando métodos violentos y practicando acciones de carácter terrorista.

 

En este contexto surge la investigación La sociedad imaginada. Movimientos sociales y cambio cultural en España que recoge la evolución de los movimientos sociales a lo largo de las últimas décadas, su impacto en las estructuras de la sociedad y las transformaciones internas de asociaciones, grupos y organizaciones resultado tanto de su éxito como de los cambios acontecidos en la sociedad.

 

A lo largo de nueve capítulos se reflexiona sobre cómo ha cambiado la reflexión teórica sobre la acción colectiva y los movimientos sociales, con el declive de algunos enfoques y la emergencia de otros nuevos, las transformaciones de la movilización en tres generaciones de activistas, la primera que se socializó en los años del franquismo y la última que pertenece a un mundo interconectado a través de Internet y de las redes sociales. Además de las características de los activistas, nos ocupamos de las formas de participación, del tipo de acciones llevadas a cabo, de los procesos y modelos de movilización, de la construcción de la identidad colectiva y de los conflictos sociales, de la organización y del funcionamiento de los movimientos, de su relación con partidos políticos, el estado, los medios de comunicación y su impacto en la sociedad en términos de cambios culturales.

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