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La condición obrera

Los escritos de Simone Weil recogidos en La condición obrera constituyen un testimonio de primera mano y una de las reflexiones contemporáneas más lúcidas sobre el mundo del trabajo. Esta semana el Blog ofrece a sus lectores una selección de textos de esta obra que Editorial Trotta publica por primera vez íntegramente en español.


A su amiga Albertine Thévenon

Para mí, personalmente, esto es lo que ha significado trabajar en la fábrica. Ha significado que todas las razones exteriores (antes las creía interiores) en las que para mí se basaba el sentimiento de mi dignidad, el respeto hacia mí misma, en dos o tres semanas han sido quebradas radicalmente bajo el golpe de una opresión brutal y cotidiana. Y no te creas que esto ha producido en mí movimientos de rebeldía. No, al contrario, la cosa que menos esperaba en el mundo de mí misma: la docilidad. Una docilidad de bestia de carga resignada. Me parecía que había nacido para aguardar, para recibir, para ejecutar órdenes; como si nunca hubiese hecho otra cosa, como si nunca hubiera de hacer otra cosa. No estoy orgullosa de confesar esto. Es el tipo de sufrimiento del que ningún obrero habla: duele hasta pensar en ello. 

 

A su antigua alumna Simone Gibert

Tengo el sentimiento, sobre todo, de haberme escapado de un mundo de abstracciones y de encontrarme entre hombres reales, buenos o malos, pero de una bondad o maldad verdaderas. La bondad, sobre todo en una fábrica, es algo real cuando existe; pues el menor acto de benevolencia, desde una simple sonrisa hasta un favor que se haga, exige vencer el cansancio, la obsesión por el salario, todo lo que agobia e incita a replegarse sobre uno mismo. De la misma manera el pensamiento exige un esfuerzo casi milagroso para elevarse sobre las condiciones en las que se vive. Porque aquí no ocurre como en la universidad, donde a uno se le paga por pensar o al menos por aparentarlo; aquí la tendencia sería más bien a pagar por no pensar; entonces, cuando se percibe un destello de inteligencia, se está seguro de que no engaña.   

 

Diario de fábrica

14 de enero de 1935

A las 5 h 3/4 paro mi máquina con un estado de ánimo triste y sin esperanza que acompaña al agotamiento completo. Sin embargo me basta con tropezarme con el chico cantador del horno que tiene una bonita sonrisa — con encontrarme al almacenista — con oír en el vestuario un intercambio de bromas más alegres que de ordinario — con ese poco de fraternidad para que se me ponga el alma contenta hasta el punto de que durante algún tiempo no siento el cansancio. Pero en casa, dolor de cabeza…

25 de junio de 1935

Calor. Me cuesta subir la escalera al llegar… Encuentro a mi nueva compañera de equipo (alsaciana) — Otra vez a buscar una caja… Cojo una cerca de una máquina. Llega la propietaria, furiosa. Cojo en su lugar la que contenía las piezas para hacer, vaciándola (faltaban 200). ¡No hemos adelantado nada, pues! Encuentro otra. La voy a llenar, a paletadas. — La vuelvo a llenar (¡pesado!). Después (a las 2 h 55) voy a la enfermería (una viruta me ha provocado un principio de absceso). Al volver encuentro mis 2.000 piezas volcadas cerca de mi máquina (la primera propietaria ha vuelto a coger la caja en mi ausencia). Nuevas búsquedas. Me dirijo al jefe frente al ascensor. Me dice: «Voy a hacer que le den una». Espero… Me echa la bronca porque espero. Vuelvo a mi máquina. Mi vecino me da una caja. En ese momento viene mi jefe (Leclerc). Empieza a echarme la bronca. Le digo que han volcado mis piezas en mi ausencia. Va a aclararlo con mi vecino. Yo recojo las piezas. Cambiar la fresa. Total: me pongo a trabajar ¡a las 4 h 5! Con una desgana que reprimo para poder ir rápida. Quisiera hacer 2.500 por lo menos. Pero me resulta difícil mantener la velocidad.  

 

La racionalización

El obrero no sufre solo por la insuficiencia de la paga. Sufre porque está relegado por la sociedad actual a un rango inferior, porque está reducido a una especie de servidumbre. La insuficiencia de los salarios no es más que una consecuencia de esta inferioridad y de esta servidumbre. La clase obrera sufre por estar sometida a la voluntad arbitraria de los cuadros dirigentes de la sociedad, que le imponen, fuera de la fábrica, su nivel de existencia, y, en la fábrica, sus condiciones de trabajo. Los sufrimientos padecidos en la fábrica por causa de la arbitrariedad patronal pesan tanto sobre la vida de un obrero como las privaciones sufridas fuera de la fábrica por causa de la insuficiencia de los salarios. (…)

Una de las fórmulas esenciales de Taylor es que hay que dirigirse al obrero individualmente; considerar en él al individuo. Lo que quiere decir es que hay que destruir la solidaridad obrera por medio de las primas y de la competencia. Es esto lo que produce esa soledad que tal vez sea el carácter más sorprendente de las fábricas organizadas según el sistema actual, soledad moral que, ciertamente, ha disminuido con los sucesos de junio. Ford dijo ingenuamente que es excelente tener obreros que se entiendan bien, pero que no es preciso que se entiendan demasiado bien, porque eso disminuye el espíritu de competencia y de emulación indispensable para la producción. 

 

Experiencia de la vida de fábrica

 

 

Nada es más difícil de conocer que la desgracia; siempre es un misterio. Es muda, como decía un proverbio griego. (…)

Así cada condición humana desgraciada crea una zona de silencio en la que los seres humanos se encuentran encerrados como en una isla. Quien sale de la isla no vuelve la cabeza. Las excepciones, casi siempre, son solo aparentes. Por ejemplo, generalmente, aunque parezca lo contrario, la misma distancia separa a los obreros del obrero convertido en patrono que del obrero convertido en militante profesional de un sindicato.  

 

 

Condición primera de un trabajo no servil

Todos los problemas de la técnica y de la economía deben ser formulados en función de una concepción de la mejor condición posible del trabajo. Una condición así es la primera de las normas: toda la sociedad debe, en primer lugar, estar constituida de tal forma que el trabajo no arrastre hacia abajo a los que lo ejecutan.

No basta con querer evitarles sufrimientos, habría que querer su alegría. No placeres que se pagan, sino alegrías gratuitas que no atenten contra el espíritu de pobreza. (…)

Si la vocación del hombre es alcanzar la alegría pura a través del sufrimiento, ellos están mejor situados que todos los demás para cumplirla de la manera más real.  

 

Lema del Diario de fábrica 

No solo que el hombre sepa lo que hace, sino, a ser posible,

que perciba su uso, que perciba la naturaleza modificada por él.

Que para cada cual su propio trabajo sea un objeto de contemplación.

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