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“Luz sobre luz” y la espiritualidad en el siglo XXI

Con motivo de la presentación del libro Luz sobre luz, de Luce López-Baralt, el pasado martes 12 de mayo en la Casa árabe de Madrid, recogemos en nuestro blog el discurso que la escritora y poeta Clara Janés, recién nombrada académica de la lengua, pronunció en este acto.

Muchísimas gracias a la Casa árabe por acoger la presentación del libro de Luce López-Baralt Luz sobre luz, a Luce por haberlo escrito, al editor, Alejandro Sierra, por haberlo publicado y a vosotros todos por vuestra presencia. Escribió hace casi cien años A.Malraux: El siglo XXI será espiritual o no será. Y he aquí que estamos ya en su segunda década y, a pesar de la enorme confusión –por usar una palabra suave- que nos rodea, el hálito espiritual continúa como una trama –visible o invisible- que nos permite continuar. Esto es motivo de más para celebrar este primer libro de poemas de la gran ensayista de todos conocida Luce López-Baralt. Permitidme que, junto a Malraux, cite de entrada los versos de un científico, el Nóbel de física Erwin Schrödinger, que figuran en su tumba:


Lo que es, no es porque lo sentimos.

y no no es porque no lo sentimos

Porque es, somos, y somos duración,

Así que es todo ser un sólo ser. 

y el hecho de que éste, cuando uno muere, siga,

te dice que uno no ha dejado de ser.

 


Si para hablar de los poemas de Luce, que podemos situar en el amplio marco de la espiritualidad, lo hago leyendo uno de Schrödinger es porque creo que, actualmente, la espiritualidad se desarrolla por vías muy distintas a las de antaño.  Estamos ante un cambio de los parámetros en lo que se refiere  a la visión del mundo y, naturalmente, del hombre sobre la tierra y su modo de enfrentarse a la realidad. Max Born, también Premio Nobel de Física, pero no autor de poemas, escribió en 1963: “Estoy convencido de que la física teórica actualmente es filosofía. Ha revolucionado los conceptos fundamentales, por ejemplo, sobre el espacio y el tiempo (la relatividad), sobre la causalidad (la teoría cuántica), y sobre la substancia y la materia (los átomos). Nos ha enseñado nuevos métodos de pensar (la complementariedad), que se aplican más allá de la física.” 

 

Estos nuevos métodos no se limitan al pensar, sino que alcanzan el percibir, pues, si bien cuando uno pone la mano en el fuego se quema, como sucedió siempre, las cosas son distintas respecto a un sentimiento no objetivo, por ejemplo una frustración. ¿Quién antes de Freud podría definir así tal sentimiento? ¿Tenía ese valor concreto o, acaso, existía siquiera la palabra? Con ello, no quiero decir que la palabra provoque el sentimiento o la percepción, pero es evidente que tiene un papel notable en cuanto está definiendo una parcela antes vaga o meramente intuida, lo cual es corriente en un momento como el actual, de tantas novedades, en el que se llega a hablar de la “interacción” de uno mismo con uno mismo. Es evidente que las innovaciones y los descubrimientos modifican las posibilidades de la mente y que no puede ser igual contemplar el cielo hoy que lo que fue contemplarlo en tiempos de los faraones. Sin embargo tanto ellos como nosotros miramos los astros y, de un modo un otro, nos sentimos integrados en el universo. 

 

De la palabra “espiritualidad”, el diccionario dice: “naturaleza y condición de espiritual”; de “espiritual”: “relativo a espíritu”; y de “espíritu”: “ser inmaterial y dotado de razón; alma racional, don sobrenatural que Dios da a algunas criaturas; ciencia mística, vigor natural; ánimo; vivacidad...” No sigo, pues con esto me basta para quedar perpleja. ¿Es el espíritu el “alma racional” o la “ciencia mística”? Ni siquiera creo que pueda definirse como “Don sobrenatural de Dios”, pues estas palabras son sólo una envoltura. Acaso se trata de algo indefinible, que nadie ha contemplado, y por ello en los Vedas leemos que el espíritu es “el más veloz de los pájaros”. El teólogo José Gómez Caffarena , uno de los referentes  de la renovación metafísica, siguiendo casi al pie de la letra lo expresado por Carl Gustav Jung en Los complejos y el inconsciente  , escribió: “Spiritus en latin es soplo o viento [...]; Pneuma griego es soplo; Atman sánscrito es aliento respiratorio (nótese la vecindad al Atem y al atmen alemán). Ruâj hebreo (y ruh árabe) son viento. ¿No sugieren estas búsquedas lingüísticas de lo más sutil de lo corporal (lo menos material de lo material), un tanteo expreso para el principio vital y, en el hombre, para esa interioridad que es su consciencia?”.  En este punto, Gómez Cafarena se acerca a la interpretación que deriva de los últimos descubrimientos científicos. Así, el antropólogo Bateson escribió: “el espíritu es la esencia de la vida ”. 

 

Definir, pues, lo espiritual no es cosa sencilla, y, en cambio, se diría que todos entendemos de qué se trata. Sin embargo, del mismo modo que el concepto se va adaptando a los tiempos, su reflejo en la plasmación artística sufre también  modificación. Con todo, hay escritores y poetas actuales que dejan fluir su espiritualidad enlazando con las formas expresivas tradicionales. Habiéndome confiado Luce este tesoro –estos poemas recién nacidos, cuando ella pensaba que no los publicaría- se me hizo evidente que se insertaban en el campo lírico con vuelo de gran altura. Hoy celebro doblemente que hayan cesado las dudas, de modo que podemos todos abrir el precioso cofre que los contiene y conocerlos. Así hallamos, por ejemplo, esta joya:

 

Aquel día bebí un sorbo de cielo 

--ya sé a lo que sabe el cielo—

¿Cómo será cuando apure la copa llena?

*

Te abracé abismalmente

sin brazos,

el beso fue tan hondo

que me volví beso:

te amé con Tu propio amor.


*

La inmensa cítara de la noche

pulsa su música callada

con tenue hilo de estrella:


Tu amor me dejóloca de melodía.


Estos versos, con referencias claras a la poesía mística clásica, nos ofrecen sin embargo un ángulo distinto y muy personal: esa copa nos acerca tanto a aquella de los persas donde se refleja todo el universo, como al adobado vino de San Juan, o al “vaso reluciente y cristalino, / de ángeles agua clara y olorosa” de Camoens.

Por cierto, hemos hallado ya una referencia a la “música callada”; veamos ahora de qué modo se refiere la poeta a la música de las esferas, teniendo en cuenta, además, que para la cultura de la India, cada nota equivale a un color:

Logré escuchar las estrellas sonoras

de paraísos perdidos

cuando me arrebataste al sonido de los colores.


*

Plantamos un huerto en las esferas:

de los surcos encendidos brotaron

el sol y la luna

y juntos hicimos

una vendimia de estrellas.


Ahora es el “huerto deseado”, y no los “bosques y espesuras”, el plantado por la mano del amado, mejor dicho por ambos miembros de la pareja de enamorados místicos unidos. Más adelante leemos estos atrevidos versos:


Me vestiste de Ti mismo

para poderme amar,

pero me quedaba grande el vestido

 
Entonces lo ajustaste compasivamente

a mi medida

que en un abrir y cerrar de ojos fue sin medida.


Posteriormente, junto a una imagen extremo oriental, se oye un eco de las ciudades esmeralda, del Hurqalyâ  zoroastriano, símbolo incorporado por el Islam,  siendo así que la “visión esmeralda” es la última etapa que sigue, en su vuelo al éxtasis, el sufí:

¡Soy la luna llena que asciende! 

 Detengo la confluencia de los mares,

 incendio todos los perfumes,

 traspongo el Loto del Término,

 descubro más allá de la aurora

 el destello de las esmeraldas

 y llego a la tierra verde del Misterio

en donde  me aguardas.

Otra de las tradiciones de la literatura mística islámica puede verse reflejada en el palacio que encontraremos a continuación, y, que nos recuerda los siete castillos concéntricos descritos ya por Nuri de Bagdad en el siglo IX en Las moradas del corazón, ocho siglos antes de que Santa Teresa escribiera su obra. Este palacio está, sin duda, vinculado al “`palacio santo” o “interior” cabalístico, que se halla en medio de las seis direcciones del espacio, y equivale al centro recóndito y al motor inmóvil. Todo ello remite también tanto a al Zohar, como a San Buenaventura, Jacob Böhme, Isaías o Ibn Gabirol:


Soy un palacio sin tiempo

mis cúpulas de cristal sobrepasan el cenit,

el Oriente confluye con el Occidente en las moradas infinitas de mi medina de luz.

Mi palacio no tiene forma ni imagen:

sólo lo habitas Tú.


Y, de pronto, nos acercamos a la visión actual, pero de la mano de San Juan:


Qué bien sé yo 

de ese vuelo imposible

hacia el orbe rutilante 

de la Nada: 

incendio de Luz viva

relámpago umbrío,

danza infinita de los astros,

danza infinitesimal de los átomos

implacable,

impasible,

imposible,

indecible.


Unas páginas más adelante, Luce lanza un lazo al concepto de la creación según el Islam, remitiendo, además, a la obra de Ibn Arabí El árbol y los cuatro pájaros. Siguen, así mismo, las premisas de la Teología negativa, la gnosis del: Theos agnostos (el Dios incognoscible), que afirma que la creación no se produce ex nihilio, sino que, como expone Henry Corbin, se trata de “una secuencia de manifestaciones del Ser” (HC137). Según un Hadiz, un dicho del Profeta, la Divinidad se manifiesta con estas palabras: <<Yo era un Tesoro oculto y quise ser conocido. Por eso he creado a las criaturas, a fin de ser conocido por ellas>>. (cit.HC 137) Por lo cual “cada existente –nos recuerda igualmente Henry Corbin- es así, en su ser oculto, un Hálito divino de compadecimiento existenciador.” (HC 139) Y el que, como consecuencia se ha hecho “capaz de Dios”, el iniciado, es “<<aquel que ve por Dios, en Dios con el ojo de Dios>>” (HC143)

 

Me engalanaste con luceros 

y me vestiste una túnica de espejos(querías verte)

*

Camino sin pasos hacia Ti

y por eso no dejo huellas.

*

Penetré en la luz blanca

más allá del pabellón de lo invisible

y comprendí al fin el misterio

del árbol y de los cuatro pájaros.

 


Y volvemos al punto de partida: lo espiritual y la imposibilidad de expresar una experiencia semejante, como la “mística”, pues se trata de algo inefable:


Mis palabras:

monedas de nieve

relámpagos umbríos

incendio de témpanos 

ruiseñores de niebla 

¿Por qué insisto?


Como he dicho, conocí estos poemas cuando eran polluelos recién salidos del cascarón. Ahora que han visto la luz en un libro, hay que celebrar la metamórfosis en poeta de su autora, figura muy relevante de las letras hispanas en el campo del ensayo. A través de sus versos queda claro y manifiesto el alcance de una nueva amplitud, pues si parten de la voz tradicional no se restringen a una sola norma. Más que nunca resulta desconocido aquel Amado al que cantan y la misma experiencia. Sigue, pues, el enigma ya expresado, por inexpresado, desde más de mil años antes de Cristo, como nos confirman las palabras de la Katha Upanishad (6.7):


Más alta que los sentidos es la mente.

Más alto que la mente es el intelecto.

Más alta que el intelecto es la gran alma.

Más alto que el gran ser es lo inmanifiesto.

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