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Mariano Maresca y Juan-Ramón Capella conversan sobre Sin Ítaca. Memorias: 1940-1975

Sin Ítaca es un relato en el que intervienen los recuerdos, la memoria personal, y en el que al autor se le impuso el «placer de narrar», y es según sus palabras «como el mensaje en una botella arrojado al mar desde una balsa de náufragos». 

por Editorial Trotta

 

 

Mariano Maresca: Tu libro de memorias cuenta tanto historias personales como acontecimientos políticos que has vivido muy de cerca y que, a medida que nos acercamos a la fecha de cierre, 1975, van ocupando más espacio. ¿Cómo administra la memoria esos dos registros, el más personal y el más político?

Juan-Ramón Capella: La memoria es más indiferente a los acontecimientos personales que a los políticos; éstos pueden quedar enturbiados por la pasión política. Y, por otra parte, resulta espinoso separar lo que uno sabe hoy de lo que se pensaba en el pasado; tanto en el relato como en el postfacio de Sin Ítaca he introducido cautelas respecto de los acontecimientos políticos.

 

MM: Por lo menos en lo que se refiere a tu trayectoria intelectual hasta 1975, parece que ésta ha consistido en una especie de pérdida progresiva de referencias en las que en un momento encontrabas apoyo y que luego se van debilitando. ¿Es correcta esta apreciación mía?

JRC: En cierto modo, sí. Ya sabes que para mí el título de Sin Ítaca se refiere al viaje más que a las referencias. Pero es cierto que al principio parecía haber un mapa que resultaba crecientemente inservible, equivocado: el mapa del conformismo, del mundo burgués. Y es verdad que en el curso del viaje se encontraban referencias nuevas, como boyas a las que agarrarse, que a veces se hundían. Tal fue el caso de la referencia Camus, o la limitación del pensamiento analítico; otras resultaban insuficientes en sí mismas aunque hubieran sido faros importantes: es el caso de Marx o tal vez de Manuel Sacristán. Pero también he encontrado referencias de naturaleza distinta: no apuntaban caminos, pero instruían en el arte de la navegación. Entre ellas, Benjamin, Gramsci y Pasolini han sido, creo, las más importantes para mí. Otras referencias —Cernuda, Bach, por poner ejemplos diferentes— han hecho y hacen compañía. Veo ahora que la mía es una balsa muy sociable.

 

MM: Hay en el libro reflexiones sobre algunos mundos paralelos en los que has tenido que moverte simultáneamente: por ejemplo, estudiantes y trabajadores, o comunistas y nacionalistas, religiosos y laicos… Me parece que esa especie de desubicación permanente te hizo ganar en perspectiva (y en aislamiento también, por cierto). ¿Es sólo una apreciación mía?

JRC: Sí, muchos mundos y clandestinidades diversas que pasaban desapercibidas para la mayoría —pienso en clandestinidades sociales, sobre todo—. Y hostilidades. La desubicación más fuerte se da para mí respecto de la izquierda politica, poco capaz de percibir el espesor de los problemas culturales todavía hoy: ahí me siento un animal raro entre bichos raros (tal vez por el peligro de extinción). Pero también he estado descolocado, de otra manera, en el mundo universitario: he trabajado en una facultad y pertenecido a un gremio muy poco sensibles para mi trabajo; hubiera preferido otro tipo de contexto. Creo incluso que esta última descolocación me impone una capa de barniz que me hace poco reconocible. Aunque este modo de ver las cosas responde en el fondo a la brutal presión por la homologación, con la que estoy furiosamente en desacuerdo. El aislamiento, claro, es real; no puedo hacer nada para evitarlo.

 

MM: Como es lógico, a lo largo de todo el libro, pero sobre todo en los años de más intensa actividad política, circulan muchos tipos de personas. Creo notar que hay dos categorías que, de manera especial, se han fijado con más nitidez en el recuerdo: las personas generosas y las definitivamente oscuras. El balance parece algo descompensado en favor de las segundas…

JRC: La descompensación procede, me temo, de la realidad misma. Aunque una mirada habituada a la crítica también puede haber contribuido a eso. Las buenas personas no exigen que se hable de ellas. Siempre están ahí. Aguantan el mundo. Merecen ser recordadas. Las otras son una presencia intempestiva cuyos actos sobreabundan, ¿no te parece?

 

MM:  Tu libro de memorias ya circula. ¿No temes haberte equivocado? ¿No te habrá  traicionado, en definitiva, la memoria?

JRC: Un poco sí, pero parece que en cosas triviales. Me han hecho ver errores de fecha y de nombres, y un descuido literalmente imperdonable: a un torero sevillano lo doy como manchego; eso me avergüenza profundamente.

 

MM: En tu Cataluña han prohibido el toreo…

JRC: Y hasta han convertido una plaza de toros en un “centro comercial”.

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