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Otro Dios (y otra religión) es posible

El problema teológico que más me interesa y me preocupa en este momento es el problema de Dios. Porque ¿qué Dios tenemos y en qué Dios creemos quienes vamos por la vida diciendo que Dios existe y que creemos en él? 

por José M. Castillo

El problema teológico que más me interesa y me preocupa en este momento es el problema de Dios. Porque ¿qué Dios tenemos y en qué Dios creemos quienes vamos por la vida diciendo que Dios existe y que creemos en él? El día que empecé a sentirme mal ante esta pregunta, ese día (me parece a mí) empecé a ponerme en condiciones de hacer teología. Porque esta pregunta fue el punto de partida de una búsqueda en la que he intentado —o creo que lo sigo intentando— liberarme del miedo a pensar. Y a decir lo que pienso.

 

Todo empezó cuando caí en la cuenta de que el «Credo» que rezamos los cristianos, ya desde sus más antiguas formulaciones, comienza afirmando la fe en el Dios Pantokrátor, el gran dios de la religión sincrética en la que se mezclaban creencias mazdeístas y semíticas, el dios amo del universo y del cosmos entero, el dios con el que se identificaron los emperadores de la edad de oro del Imperio, en la Roma de los Antoninos (96-192). Pero lo más  sorprendente es que esta denominación, aplicada a Dios, reproduce el eslogan que se cristianizó en tiempo del emperador Constantino el Grande: «un solo Dios, un solo emperador» (G. Dagron). Y así entró en el Símbolo de la Fe del concilio de Nicea (325). El «cesaropapismo» dejó su marca en la representación del Trascendente. Una representación que los creyentes identificamos con el Trascendente mismo. Una representación, por lo demás, que no cuadra con la revelación de Dios que se nos hizo en Jesús.

 

¿A dónde nos ha llevado todo esto? La teología pretendió, durante siglos, ser la reina de todos los saberes. La ciencia, por lo demás, que ha justificado (y sigue intentando justificar) el poder supremo y universal del papado (Lumen Gentium 22; canon 331) y de lo que representa el papado en cuanto forma de ejercer la autoridad y de «legitimar» a otros poderes de este mundo, que han sido, y siguen siendo, principio y fundamento de deshumanización y violencia.

 

Estoy convencido de que la religión y la teología, si se empeñan en seguir por este camino, le harán a la humanidad el peor servicio que se le puede hacer. Pero igualmente tengo también la convicción de que otra religión y otra teología son posibles. Y, además, necesarias. Lo que importa es que sepamos retomar las grandes intuiciones que tuvieron los mejores  teólogos que surgieron en la primera mitad del siglo XX. Hablo de Bonhoeffer, P. Tillich, la Nouvelle Théologie, con su decisivo intento de superar el dualismo «natural»- «sobrenatural».  El fondo de esta teología nos lleva derechamente a «otra religión» y «otra teología». Es la teología del Dios humanizado en Jesús. De forma que a Dios, ya sólo podemos encontrarlo en lo humano, en lo que es común a todos los humanos, en lo que nos une a todos y a todos nos humaniza. El problema está en que el miedo, que no superamos los creyentes, es el miedo a nuestra propia humanidad. Por eso Dios y la teología son, con frecuencia, la fácil escapatoria a la que se agarran como desesperados los que no están dispuestos a afrontar las exigencias de su propia humanidad. Y lo digo en serio: yo, al menos, no quiero seguirme prestando a prolongar este sucio juego.

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