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Razones para leer a Stefan George

Cuando menos, son tres las posibles formas o, quizá, los diferentes motivos para leer a Stefan George hoy día.

por Carmen Gómez García

 

 

 

 

Cuando menos, son tres las posibles formas o, quizá, los diferentes motivos para leer a Stefan George hoy día.

 

Es necesario leerlo porque sin él no se comprende la vida intelectual de los países en lengua alemana de la primera mitad del siglo XX, afirman algunos eruditos de prestigio que, a lo largo de los últimos años, se han animado a publicar libros sobre este autor tan controvertido como carismático. Cierto. De la literatura de George son admiradores confesos, entre otros, Celan, Rilke, Hofmannsthal, o también Benjamin, Adorno, Georg Simmel, Max Weber… Es conocida la rendida veneración y cariño que por él profesaron los hermanos Stauffenberg, dos de ellos fusilados tras el atentado contra Hitler del 20 de julio de 1944, sobre el que, dicen, planean las enseñanzas y los poemas de George. Se han escrito muchas páginas sobre la frase que Claus von Stauffenberg gritó ante el pelotón de fusilamiento (Es lebe das geheime/heilige Deutschland: «Viva la Alemania secreta/sagrada»), pero nunca se sabrá si aludió a su concepción de una Alemania sagrada o a la Alemania secreta que George había recuperado del siglo XIX, no exenta de matices platónicos. Cabe reflexionar, sin embargo, en la conveniencia de esta mitificación tanto para Stauffenferg, héroe nacional, como para el propio George, a quien todavía hay voces que le atribuyen cierta cercanía al nacionalsocialismo.

 

Pero no ha sido hasta ahora cuando se ha empezado a desbrozar la influencia de George en su faceta de educador y de reformador de la pedagogía, la cual tuvo como uno de sus protagonistas a Georg Picht, cuya inspiración georgiana aún es latente en el internado de Birklehof. Al educador, al «Maestro», también le rindieron tributo el alto diplomático nazi Ernst von Weizsäcker y sus tres hijos: Carl Friedrich, el filósofo; Heinrich, el hijo mediano, caído en la Segunda Guerra Mundial, y Richard, presidente de la República Federal de Alemania de 1984 a 1994 y uno de los protagonistas de la reunificación. El antaño presidente aún rememora su experiencia de George, a quien padre e hijos visitaron una tarde en Berlín: mientras el Meister conversaba con el mayor, mandó sentar a su vera al más pequeño, sobre cuyo cuello posó una mano: «La autoridad de esa mano, la dominante amabilidad del gesto, la ineludible inclusión en ese momento, que no puede comprenderse por palabras proferidas sino por la importancia del instante, han permanecido intactas en mi memoria desde entonces». También su hermano mayor, el filósofo, escribió unas líneas sobre sus recuerdos del poeta. Quizá ellas nos hagan entender en qué consistía la fascinación que George ejercía sobre los demás: «Lo principal es la idea de que existe algo grande, que uno tiene que amar y venerar sin reservas».

 

Otra posible lectura hace hincapié en el morbo que despiertan las andanzas de George como homosexual, como centro de un círculo de jóvenes, muchos de ellos apuestos, de sólida formación y exquisita sensibilidad o predisposición hacia el arte. Uno de estos jóvenes incluso, Maximilian Kronberger, fue ascendido a la categoría de un dios —Maximin— al que los demás miembros del círculo debían rendir tributo. Hay quien ha querido ver en este grupo una secta de homosexuales y en Maximin una locura del escritor. Y sin embargo, se pasa por alto que las agrupaciones de artistas eran habituales en la Europa de principios de siglo y que la deificación del pobre Maximilian, muerto a la temprana edad de dieciséis años, no era sino un «truco» del que el poeta se sirvió para sus fines tanto literarios como educativos. Son muchos, en cualquier caso demasiados, los que se han acercado no al George poeta, sino al presunto pederasta, como prueba el inusitado éxito —ocho ediciones— que hasta ahora ha disfrutado una extensa y valiosa biografía de George publicada en 2007, cuyo título menciona el carisma del poeta.

 

El tercer motivo de por qué leer a George tiene una respuesta muy simple: por placer, por el simple y legítimo placer de disfrutar de la palabra, por el goce estético que despiertan sus ritmos, su atrevimiento formal, semántico y musical con un lenguaje que él forzó, retorció, exprimió y tensó a voluntad. Con mucha frecuencia son solo unos pocos versos de cada poema los que encandilan al lector; tanto, que podría pensarse que George ha escrito el resto como ecos de aquellos.

 

Doy paso al poeta en Nada hay donde la palabra quiebra, recientemente publicado por Trotta. Que disfruten.

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